Introducción a las medidas terapéuticas en el aula y el hogar

Contenido

Detección temprana de trastornos psicológicos

Este proyecto ha sido financiado con el apoyo de la Comisión Europea. Esta publicación refleja únicamente las opiniones del autor, y la Comisión no se hace responsable del uso que pueda hacerse de la información contenida en ella.
NÚMERO DE PROYECTO:
Project No: 2023-1-DE03-KA220-SCH-000161162

Reconocer signos tempranos de deterioro en la salud mental

¿Qué es la salud mental?

La Organización Mundial de la Salud (OMS) define la salud mental como:
“La salud mental es un estado de bienestar mental que permite a las personas hacer frente al estrés de la vida, desarrollar sus habilidades, aprender y trabajar bien, y contribuir a su comunidad. Tiene un valor intrínseco e instrumental y es parte integral de nuestro bienestar”.
En cualquier momento, una combinación diversa de factores individuales, familiares, comunitarios y estructurales puede proteger o perjudicar la salud mental. Aunque la mayoría de las personas son resilientes, aquellas expuestas a circunstancias adversas —como pobreza, violencia, discapacidad o desigualdad— tienen un mayor riesgo de desarrollar un problema de salud mental.

La salud mental no es simplemente la ausencia de malestar, sino una sensación de bienestar psicológico.

Reconocimiento de signos tempranos de deterioro en la salud mental

La adolescencia es una etapa apasionante llena de cambios físicos, psicológicos y sociales. Estos cambios abren la puerta a nuevas formas de entender el mundo y, a veces, pueden generar incertidumbre o confusión. Pero también es una oportunidad única: el momento perfecto para desarrollar habilidades que te ayudarán a afrontar los retos de la vida y disfrutar plenamente del día a día. Una de las herramientas más poderosas que puedes cultivar es la inteligencia emocional: la capacidad de reconocer, comprender y gestionar tus emociones, así como empatizar con las de los demás. Fortalecer esta habilidad te prepara mejor para afrontar la adversidad y aprovechar todo lo positivo que esta etapa tiene para ofrecer.

¿Por qué es tan importante hablar de salud mental en la adolescencia?

Durante la adolescencia, es normal experimentar cambios debido a esta etapa de transformación y al entorno en el que vivimos. Sin embargo, hay ciertos cambios de comportamiento que pueden ser señales de que nosotros, o alguien cercano, no estamos pasando por un buen momento. Identificar estos signos a tiempo es clave para buscar apoyo y mejorar. Presta atención a las siguientes áreas importantes:

¿Cómo identificar nuestro propio malestar mental o el de otros?

Estado de ánimo
Los cambios de ánimo son naturales en la adolescencia, debido a los nuevos contextos y ajustes hormonales. Sin embargo, cuando estos cambios son muy intensos o prolongados, pueden señalar un problema de adaptación que requiere atención. No todos los altibajos emocionales son motivo de preocupación, pero si un estado de ánimo negativo persiste o interfiere con el bienestar, es importante reflexionar sobre su causa y actuar.
Un estado de ánimo constantemente triste o una falta de respuesta positiva ante cosas que normalmente generan alegría puede indicar un problema subyacente. Identificar estos signos a tiempo y trabajar en la gestión emocional no solo ayuda a superar las dificultades, sino que también fortalece el bienestar emocional y la resiliencia del adolescente.

Conducta
Los cambios de conducta son característicos de la adolescencia, ya que esta etapa implica adaptación a nuevos contextos y desafíos. Sin embargo, es importante evaluar si estos cambios son bruscos, desadaptativos o si el adolescente tiene dificultades para encontrar alternativas adecuadas para afrontarlos. Hay que considerar que muchos cambios en la rutina pueden deberse a la búsqueda de nuevas experiencias, amistades o incluso al miedo a escenarios desconocidos. Por tanto, es esencial investigar el contexto en el que se producen estos cambios para comprender su origen y significado.
Hay que recordar que estas conductas no surgen de la nada; muchas veces son la manifestación de un problema subyacente. El foco no debe centrarse solo en la conducta, sino también en comprender y abordar las causas de fondo. Detectar y trabajar estas raíces permitirá al adolescente desarrollar respuestas más sanas y constructivas ante los retos que afronta.

Pensamiento y procesamiento de la información
Nuestra salud mental está profundamente ligada a la forma en que percibimos e interpretamos el mundo que nos rodea. Incluso ante las mismas circunstancias, las personas procesan la información de forma diferente, lo que moldea sus emociones, reacciones y bienestar psicológico general. Estas interpretaciones cognitivas influyen en nuestra capacidad para afrontar desafíos, tomar decisiones y mantener el equilibrio emocional. En muchos casos, los patrones de pensamiento distorsionado pueden impactar negativamente en la salud mental, reforzando el estrés, la ansiedad y las conductas desadaptativas. Desarrollar conciencia sobre estas distorsiones cognitivas es esencial para fomentar procesos de pensamiento más equilibrados y adaptativos.

Algunos de los pensamientos distorsionados más comunes son:

  • Sobregeneralización: utilizar un caso aislado (o unos pocos) para generalizar una conclusión válida a todos los aspectos de algo.

  • Visión polarizada: ver las cosas en términos extremos, lo que lleva a decisiones impulsivas y poco sabias.

  • Personalización: asumir responsabilidad por algo que está fuera de nuestro control.

  • Pensamiento catastrófico: tendencia a imaginar el peor escenario posible, incluso de forma irrealista.

  • Filtrado: centrarse en los aspectos negativos de una situación e ignorar los positivos.

  • Lectura de pensamiento: creer que se conocen las motivaciones y actitudes de los demás sin tener evidencias suficientes.

Relaciones sociales
Las relaciones sociales en la adolescencia son un indicador clave del bienestar mental, ya que reflejan estabilidad emocional, autoestima y salud psicológica. Un aislamiento repentino de la familia, amigos cercanos o actividades sociales, sin una razón clara, puede ser señal de malestar emocional, desconexión o conflictos internos que requieren atención. Estos cambios pueden indicar sentimientos de soledad, ansiedad o incluso signos iniciales de depresión.
El acoso escolar, tanto desde el papel de víctima como desde el de agresor, tiene un impacto profundo en la autoestima y la salud emocional. Las víctimas pueden sufrir ansiedad, baja autoestima y retraimiento social, mientras que los agresores también pueden presentar problemas emocionales que requieren intervención. Ambas posiciones reflejan dificultades que no deben pasarse por alto.
Las redes sociales como Facebook, Instagram o TikTok influyen adicionalmente en las interacciones sociales adolescentes. Aunque pueden facilitar la conexión, el uso excesivo o una fuerte dependencia de la validación online pueden contribuir a la ansiedad, comparaciones poco saludables y dependencia emocional. La exposición constante a perfiles cuidadosamente editados puede distorsionar la percepción de uno mismo y acentuar las inseguridades.
Además, la necesidad elevada de aceptación por parte del grupo puede llevar a los adolescentes a comportamientos de riesgo o a renunciar a sus valores personales para encajar. Esta presión por integrarse puede incrementar el malestar emocional y afectar negativamente la toma de decisiones. Reconocer estos cambios, entender sus causas y brindar el apoyo adecuado es clave para fortalecer la resiliencia emocional y el bienestar mental.

Consumo de sustancias

El consumo de sustancias puede ser tanto una causa como una consecuencia de determinados problemas de salud mental. La adolescencia conlleva una reinterpretación del "yo social". Los problemas de autoestima y la presión social pueden llevar a los adolescentes a buscar experiencias intensas nuevas y exponerse a peligros, intentando parecer maduros mediante conductas de riesgo o imitando estilos de vida muy estereotipados del mundo adulto. Por eso es importante mostrarles actividades de ocio alternativas que también sean emocionantes para ellos y les permitan desarrollarse de manera saludable.

Las drogas pueden afectar a la salud desde las primeras etapas de consumo, sin necesidad de un uso prolongado o intensivo. Este impacto es especialmente relevante durante la adolescencia, ya que el cerebro atraviesa una fase crucial de desarrollo y maduración.

Tanto las drogas legales (como el alcohol y el tabaco) como las ilegales (como la marihuana, la cocaína o el éxtasis) están presentes en los entornos recreativos juveniles. Todas estas sustancias pueden tener efectos significativos sobre la salud física y mental, afectando áreas como el aprendizaje, la memoria y el control emocional.

Otras conductas

La manifestación más explícita de que algo no va bien en la mente de un adolescente es la expresión directa de malestar, como comentarios negativos sobre su propia existencia (por ejemplo: “Ojalá no hubiera nacido” o “No hay solución para mí”). Sin embargo, también existen señales más sutiles que pueden indicar problemas emocionales. Estas van desde un descuido leve de la imagen personal y la higiene hasta conductas más alarmantes, como la autolesión.

La autolesión puede manifestarse de diversas formas, como golpear superficies duras (como una pared) con el puño o la cabeza, o utilizar objetos contundentes. También es común que algunos adolescentes recurran a cortes en zonas accesibles con la mano dominante. En algunos casos, pueden aparecer marcas circulares en la piel, indicativas de haberse apagado un cigarrillo sobre ella. Otras conductas autolesivas, aunque menos graves, también son preocupantes, como el rascado compulsivo hasta dañar la piel o la pérdida de mechones de cabello por tirones repetidos. Estos signos, aunque varían en intensidad, requieren atención y apoyo adecuados.

Mitos sobre la salud mental

Existen varios mitos y conceptos erróneos sobre la salud mental que es importante desmontar para comprender mejor esta realidad. Para empezar, existe la creencia generalizada de que las personas con trastornos mentales son violentas o peligrosas, cuando la evidencia demuestra que no son más propensas a la violencia que la población general. De hecho, con frecuencia son más vulnerables y susceptibles de sufrir daños por parte de otros.

Otro malentendido común es la idea de que las personas con problemas de salud mental no pueden adaptarse a la sociedad. La realidad es que pueden convivir e integrarse perfectamente en la comunidad, haciendo valiosas contribuciones en función de sus necesidades y capacidades específicas. Es fundamental comprender que muchos problemas de salud mental no son permanentes y pueden evolucionar favorablemente.

También está muy extendida la creencia errónea de que los trastornos mentales no tienen cura. Esta idea proviene de una visión simplista que etiqueta a las personas como “locas”, sin entender la complejidad de la salud mental. La mayoría de los problemas mentales son modificables o adaptativos, ya que están influenciados por el contexto y pueden mejorar o incluso desaparecer con el tratamiento adecuado.

Es común pensar que “a mí no me puede pasar”, pero la realidad es que cualquiera puede desarrollar problemas de salud mental debido a factores biológicos o contextuales que escapan a nuestro control. Las estadísticas indican que una de cada cuatro personas sufrirá algún trastorno mental a lo largo de su vida, aunque por suerte existen formas de prevenir y reducir los factores de riesgo.

En cuanto al suicidio, es importante desmontar la idea de que “quien dice que va a suicidarse no lo hace” o viceversa. La mayoría de las personas que intentan suicidarse comunican sus intenciones previamente a su entorno social. Aunque estas manifestaciones puedan tener a veces un componente instrumental, eso no significa que la persona no esté sufriendo un profundo malestar psicológico que requiere atención y apoyo.

Por último, hay un mito que dice que el suicidio es completamente impredecible e incontrolable. Si bien es cierto que el suicidio tiene múltiples causas y no todas las variables pueden controlarse, las personas cercanas pueden ofrecer un apoyo emocional valioso, aunque solo sea escuchando o facilitando el contacto con profesionales. En relación con esto, existe un tabú en torno a hablar sobre el suicidio, pero ese silencio solo dificulta la comprensión del problema y del sufrimiento de la persona, agravando el estrés y limitando las alternativas para aliviar su malestar.

Veamos un ejemplo

A los 16 años, los padres de Adrián empezaron a notar cambios en su comportamiento. Antes era un chico entusiasta y sociable, pero comenzó a aislarse de su familia y amigos. Pasaba más tiempo solo en su habitación, evitaba las conversaciones y perdió el interés por actividades que antes disfrutaba, como jugar al fútbol o los videojuegos.

Su estado de ánimo también cambió: se volvió muy autocrítico y decía cosas como “No sirvo para nada” o “A nadie le importo”. Pequeños contratiempos le resultaban abrumadores y empezaba a interpretar situaciones neutras como fracasos personales. Sus rutinas de sueño y alimentación se volvieron irregulares, y dejó de hacer planes con amigos.

La verdadera señal de alarma llegó cuando su madre encontró una nota con frases como “Nada va a mejorar nunca” y “Ojalá pudiera desaparecer”. Al darse cuenta de que no era solo tristeza, sus padres se acercaron con delicadeza, animándole a hablar y a buscar ayuda profesional.

¡Ahora te toca a ti! ¿Cuántos síntomas puedes contar? ¿Qué tipo de pensamientos distorsionados puedes identificar? ¿Quién más, además de la familia, podría identificar estos síntomas?

Comunicar las preocupaciones de forma eficaz

Cuando alguien está atravesando un malestar psicológico, una conversación empática puede ser el primer paso crucial hacia la recuperación. El simple acto de escuchar sin juzgar y mostrar una presencia genuina transmite un mensaje poderoso: nadie está solo en su sufrimiento.
Este diálogo inicial no solo puede aliviar la carga emocional inmediata, sino también motivar a la persona a buscar el apoyo profesional que pueda necesitar. A continuación, tienes algunas recomendaciones para hablar entre adultos y menores.

La importancia de escuchar

  • Prestar atención: reaccionar de forma positiva a sus intentos de conexión emocional, mostrando disponibilidad e interés, y escuchando de forma activa.

  • Demostrar afecto y respeto: expresar emociones positivas hacia tu hijo/a mediante halagos, elogios y comentarios positivos; crear rituales con significado simbólico y emocional para ambos.

  • Construir significados compartidos: fomentar la confianza y estabilidad en la relación a través de la comprensión y la empatía; mantener rituales con valor emocional.

  • Facilitar que tu hijo/a alcance sus metas: conocer y aceptar los sueños del menor; fomentar su autonomía y autoeficacia.

  • Aceptar sus ideas e influencia: escuchar y aceptar sus ideas y opiniones, aunque no se compartan; estar abierto a su persuasión, aunque no signifique ceder siempre.

  • Aceptación mutua: aceptarles tal y como son, no como nos gustaría que fueran.

Puntos clave en una conversación con un adolescente

  • Compromiso: mostrar flexibilidad en las decisiones; llegar a acuerdos que satisfagan a ambas partes.

  • Desacuerdo respetuoso: aprender a comunicar una queja o desacuerdo de forma asertiva; no criticar ni descalificar.

  • Reparación de la comunicación: rebajar la intensidad emocional durante una discusión con tu hijo/a; interrumpir la conversación si crees que puedes perder el control y retomarla con más calma.

  • Hablar de temas difíciles: estar dispuesto a hablar sobre sexualidad, alcohol y drogas, salud mental, divorcio, muerte, etc.

Dificultades en la comunicación y cómo evitarlas

Cuando se comunica con personas que experimentan dificultades emocionales, es común adoptar actitudes que, aunque bienintencionadas, pueden ser contraproducentes. La tendencia a minimizar los problemas, ofrecer soluciones inmediatas o juzgar la situación puede hacer que la persona se sienta incomprendida y se cierre a compartir sus experiencias. Por tanto, es importante explorar formas de comunicación más efectivas que faciliten el acompañamiento y el apoyo emocional.

Aquí tienes una lista de actitudes que solemos tomar de forma impulsiva, junto con una alternativa mucho más saludable:

  • Ser hipercrítico → no atacar su forma de ser, no etiquetar; expresar tu desacuerdo con hechos o conductas específicas.

  • “Hablarle a la pared” → no estar ausente mentalmente en las conversaciones; usar técnicas de escucha activa.

  • Interrupciones constantes → dejar que termine de hablar sin interrumpir; no dar consejos o soluciones apresuradamente.

  • Rigidez excesiva → razonar y negociar con el adolescente; evitar decirle constantemente lo que debe hacer, permitiéndole decidir.

  • Actitud defensiva → no contraargumentar sus quejas (“lo mío es peor”); no devolver los ataques o descalificaciones.

  • Comentarios despectivos → no insultar ni humillar, aunque estemos molestos; cuidar la comunicación no verbal.

  • Callarse → informarles sobre asuntos importantes para ellos o para la familia; atender a sus preocupaciones y ofrecer información fiable.

  • Negación de dificultades → no minimizar su malestar; acompañar y observar; buscar consejo o ayuda experta si no mejora o empeora.

¡Recuerda! No se trata de expresar nuestros sentimientos, sino de comprender el contexto del adolescente y ayudarle a modificar su comportamiento. El adolescente debe vernos como aliados y entender que el cambio es algo positivo.

Implicar a la familia

Para fortalecer la salud mental del alumnado, la relación entre padres y docentes debe basarse en una comprensión profunda de las fortalezas de cada familia. Cada hogar posee recursos, experiencias y habilidades únicas que pueden contribuir al bienestar del estudiante, por lo que es esencial que los educadores reconozcan y valoren estos aspectos. A partir de esta comprensión, se pueden diseñar estrategias de participación familiar que no solo aborden las necesidades específicas de cada familia, sino que también potencien sus capacidades. Esto implica crear espacios de comunicación abiertos y flexibles, adaptar las interacciones a las circunstancias de cada hogar y ofrecer oportunidades de colaboración que permitan a los padres implicarse en la educación de sus hijos desde sus propias competencias.

Tanto padres como escuelas desempeñan un papel crucial en la prevención de los problemas de salud mental fomentando hábitos saludables y entornos de apoyo. Las áreas clave deben incluir garantizar un sueño y una nutrición adecuados, promover la actividad física regular y estimular interacciones sociales saludables. Establecer rutinas constantes para la hora de dormir, limitar el uso de pantallas antes de acostarse y fomentar comidas equilibradas ricas en nutrientes esenciales puede tener un impacto significativo en el bienestar emocional y cognitivo de los estudiantes. Asimismo, el ejercicio físico debe formar parte de la vida diaria, ya sea mediante deportes organizados, juegos activos o simplemente caminando al colegio. Más allá de la salud física, fomentar relaciones sociales positivas mediante el aprendizaje de habilidades de comunicación respetuosa y resolución de conflictos ayuda a crear una comunidad solidaria donde los estudiantes se sientan valorados y comprendidos.

Otro aspecto esencial de la prevención es la promoción de habilidades socioemocionales como la empatía, la autorregulación y la resiliencia. Escuelas y familias pueden nutrir la empatía alentando a los niños a reconocer y validar las emociones de los demás, por ejemplo, mediante ejercicios narrativos donde imaginen diferentes perspectivas. La autorregulación se puede desarrollar enseñando técnicas de atención plena, como la respiración profunda o las pausas reflexivas antes de reaccionar en situaciones emocionalmente intensas. Por su parte, la resiliencia puede fortalecerse normalizando el fracaso como parte del proceso de aprendizaje y animando a los estudiantes a ver los retos como oportunidades de crecimiento en lugar de obstáculos. Cuando los niños desarrollan estas habilidades, están mejor preparados para manejar el estrés, construir relaciones saludables y adaptarse a las dificultades.

Es igualmente importante que los adultos mantengan un estilo de vida saludable, tanto física como mentalmente, para contar con los recursos psicológicos necesarios para apoyar las necesidades emocionales de los niños y servir como modelos de conducta. Los niños aprenden observando a sus padres y docentes, así que cuando ven que los adultos manejan el estrés de forma constructiva, mantienen rutinas saludables y fomentan relaciones positivas, es más probable que adopten comportamientos similares. Los educadores y cuidadores deben priorizar el autocuidado, dedicarse a actividades que les aporten bienestar, buscar apoyo emocional cuando lo necesiten y mantener un equilibrio saludable entre el trabajo y la vida personal. Al hacerlo, no solo mejoran su propio bienestar, sino que también crean un entorno más estable y saludable para que los niños prosperen.

Pedir ayuda

Los primeros en detectar un posible problema en un adolescente suelen ser las personas de su círculo más cercano: padres, docentes o amistades. Sin embargo, es posible que no cuenten con toda la información necesaria o con la certeza de lo que realmente ocurre en la mente del adolescente. Por eso, la comunicación entre el entorno social, el centro educativo y la familia es fundamental. Dependiendo del problema, puede gestionarse dentro de estos agentes sociales, pero en algunos casos es imprescindible recurrir a la intervención de un profesional.

¿Cómo saber si se necesita ayuda profesional?

La distinción entre un problema mental y un trastorno mental es crucial. Un problema mental hace referencia a dificultades psicológicas temporales provocadas por el estrés o situaciones de vida, como ansiedad antes de un examen o tristeza tras una ruptura. Estas dificultades suelen resolverse con el tiempo o con apoyo. En cambio, un trastorno mental es una condición diagnosticada clínicamente que afecta de forma persistente a las emociones, el comportamiento y la vida cotidiana, como la depresión o los trastornos de ansiedad. Aunque los problemas mentales pueden ser angustiosos, no implican necesariamente un trastorno. Las diferencias clave radican en su duración, gravedad e impacto en el funcionamiento general.

Los problemas de salud mental pueden variar mucho en intensidad, y aunque los casos leves no siempre requieren intervención profesional, la terapia psicológica puede ser beneficiosa para cualquiera. Sin embargo, muchas personas tienen dificultades para valorar la gravedad de una situación y no comprenden bien qué implica la terapia. Esta incertidumbre puede retrasar la intervención necesaria. Reconocer cuándo buscar apoyo profesional es esencial para promover el bienestar y prevenir que las dificultades se agraven. Para ayudarte a determinar si se necesita asistencia psicológica, considera estas pautas:

Cuando los recursos personales son insuficientes: si un problema persiste a pesar de los intentos de resolverlo con estrategias habituales o el apoyo del entorno, es muy recomendable buscar orientación profesional. En especial, si la conducta del adolescente sigue generando preocupación a pesar de los esfuerzos familiares, docentes o del grupo de iguales, un psicólogo puede proporcionar herramientas eficaces para abordar la situación.

Ante la duda, priorizar la intervención: si no estás seguro de si es necesario acudir a un profesional, lo mejor es consultar a un especialista. Contactar preventivamente con un psicólogo, incluso en casos que no parezcan urgentes, puede ofrecer una visión valiosa y evitar que el problema se agrave. En cambio, posponer la ayuda en una situación crítica puede tener consecuencias emocionales o conductuales más serias. Buscar apoyo a tiempo garantiza que la persona reciba la ayuda que necesita en el momento adecuado.

La comunicación entre escuela y familias es un pilar fundamental para el desarrollo educativo y emocional del alumnado. Sin embargo, no todas las interacciones generan el impacto positivo deseado. Para fortalecer la colaboración con las familias, es esencial que el personal educativo adopte estrategias de comunicación asertivas, claras y empáticas. Siempre que sea posible, se recomienda que estas interacciones sean lideradas por un psicólogo educativo o escolar, para garantizar una comunicación eficaz y sensible. A continuación, se presentan puntos clave para establecer un diálogo efectivo con padres y cuidadores.

Cómo hablar con la familia

Qué HACER

  • Establecer una relación de confianza

  • Explicar las normas de confidencialidad

  • Sentarse al mismo nivel que el informante; si se trata de un niño pequeño, es importante ponerse a su altura

  • Hacer preguntas abiertas

  • Seguir el ritmo del informante

  • Utilizar habilidades de escucha activa

  • Con niños, usar juguetes, objetos o juegos que les ayuden a sentirse cómodos

  • Emplear ilustraciones o ejemplos para aclarar preguntas

  • Respetar los mecanismos de defensa del informante (p. ej., silencio o “no quiero responder a esa pregunta”)

Qué NO HACER

  • No hacer preguntas cuya respuesta ya se conoce

  • Limitar el uso de preguntas tipo “qué”, “por qué”, “cuándo”

  • No esperar que niños menores de 6 años distingan el tiempo de los eventos

  • No utilizar jerga psicológica

  • No hacer preguntas cerradas o de sí/no

  • No emitir juicios sobre las respuestas

  • No hacer preguntas tipo “¿por qué?” para averiguar motivos

  • No repetir una pregunta si el informante permanece en silencio

  • No confrontar al informante

Confidencialidad y sensibilidad

La confidencialidad en el contexto educativo y de salud mental juvenil es un pilar fundamental que sostiene la confianza entre el alumnado, las familias y los profesionales educativos. Se define como el compromiso de mantener en privado la información sensible compartida por el estudiante, estableciendo un espacio seguro donde pueda expresar sus preocupaciones y buscar ayuda sin temor a que esa información sea divulgada sin su consentimiento. Este principio es especialmente relevante cuando se trabaja con adolescentes, que están en una etapa clave para el desarrollo de su autonomía y necesitan sentirse respetados en sus decisiones y confidencias.

Es importante comprender que las dudas sobre la confidencialidad pueden afectar significativamente la disposición de los estudiantes a pedir ayuda. Los jóvenes están más predispuestos a compartir sus problemas y buscar apoyo si confían en que sus conversaciones se tratarán con discreción. Sin embargo, muchos experimentan miedo o incertidumbre sobre qué información se compartirá con sus padres o docentes, lo que puede llevarles a ocultar problemas importantes o a evitar la ayuda profesional incluso cuando la necesitan.

Una comunicación clara y continua sobre los límites de la confidencialidad es esencial en el entorno educativo. El alumnado debe entender desde el principio qué información puede mantenerse privada y en qué situaciones los profesionales están obligados a compartirla con padres o autoridades, especialmente en casos de riesgo. Esta transparencia ayuda a generar confianza y permite a los jóvenes tomar decisiones informadas sobre lo que comparten y con quién, fomentando su autonomía y responsabilidad personal.

Gestionar la confidencialidad requiere un equilibrio delicado entre respetar la privacidad del estudiante y mantener informadas a las familias sobre el bienestar de sus hijos. El personal educativo debe contar con protocolos claros para determinar qué información es esencial compartir y cómo hacerlo sin comprometer la confianza del estudiante. Es fundamental reconocer que la capacidad para decidir sobre la privacidad no está necesariamente ligada a la edad cronológica, sino que puede depender de la madurez y experiencias individuales de cada estudiante.

Las violaciones de la confidencialidad pueden tener consecuencias graves en la relación de confianza entre el estudiante y los profesionales educativos. Cuando descubren que su información ha sido compartida sin consentimiento o aviso previo, pueden desarrollar estrategias de “narración selectiva” o dejar de compartir información importante. Por ello, cualquier necesidad de compartir información debe ser discutida previamente con el estudiante, explicando los motivos y buscando su comprensión y cooperación en el proceso. Este enfoque respetuoso permite mantener la integridad de la relación de apoyo y, al mismo tiempo, garantizar la seguridad y el bienestar del estudiante.

Acciones y derivaciones

Identificar a los adolescentes que pueden estar experimentando problemas de salud mental es crucial para una intervención temprana y para prevenir consecuencias a largo plazo. Los problemas de salud mental son complejos y multifactoriales, y están influenciados por una amplia variedad de factores que pueden agruparse en dos grandes categorías: factores de riesgo, que aumentan la vulnerabilidad a desarrollar un trastorno mental; y factores de protección, que fortalecen la resiliencia y promueven el bienestar. Para abordar la salud mental de manera eficaz y completa, es esencial centrarse en identificar y mitigar los factores de riesgo al tiempo que se fomentan activamente los factores de protección. Es importante señalar que muchos de estos factores son comunes a distintos trastornos mentales, lo que subraya la necesidad de una perspectiva holística en la promoción de la salud mental.

Factores de riesgo y de protección

Aunque algunos factores de riesgo y protección están fuera de nuestro control —como la predisposición genética a ciertas condiciones—, sigue siendo fundamental reconocer su presencia y observar de cerca el comportamiento del adolescente. Al mismo tiempo, podemos reforzar aquellos aspectos que sí están a nuestro alcance. Por ejemplo, aunque no podamos cambiar una vulnerabilidad genética, sí podemos fomentar la actividad física, que es un factor protector clave para mantener la salud física y mental. Al comprender estas influencias, podemos apoyar mejor a los adolescentes en la construcción de resiliencia y en la superación de desafíos, promoviendo en última instancia su bienestar integral. A continuación, se presenta una lista de factores de riesgo y de protección para ayudar a identificar áreas potenciales de intervención y apoyo.

Factores de riesgo:

  • Baja autoestima

  • Ansiedad

  • Habilidades sociales deficientes (por ejemplo, timidez)

  • Necesidad extrema de aprobación

  • Problemas emocionales en la infancia

  • Actitud positiva hacia las drogas

  • Crianza deficiente

  • Conflictos conyugales y familiares

  • Padres con problemas de salud mental

  • Rechazo por parte del grupo, soledad

  • Bajo compromiso académico

  • Violencia escolar, comunitaria o familiar

  • Acontecimientos traumáticos

  • Familias excesivamente permisivas o autoritarias

Factores de protección:

  • Desarrollo físico positivo

  • Desarrollo académico

  • Alta autoestima

  • Autorregulación emocional

  • Buenas habilidades de afrontamiento

  • La familia proporciona estructura

  • Relaciones de apoyo con la familia

  • Expectativas claras sobre comportamiento y valores

  • Presencia de personas mentoras

  • Apoyo al desarrollo de habilidades e intereses

  • Oportunidades de participación en la escuela y la comunidad

Niveles de prevención

No es necesario que el profesorado determine si un niño o niña tiene un trastorno mental, ni que realice un diagnóstico. Intentar diagnosticar conlleva el riesgo de etiquetar inapropiadamente, alienar al alumnado y sus familias, y requiere formación especializada. En lugar de ello, lo importante es que el profesorado entienda cómo apoyar la salud mental de todo el alumnado, incluidos aquellos con dificultades o trastornos, y sepa cuándo estas dificultades requieren ayuda adicional por parte de la familia y/o de un profesional de salud mental.

Estrategias de gestión conductual para centros escolares

La disciplina es una parte clave de la vida escolar, ya que garantiza un entorno estructurado y respetuoso. Existen diversas estrategias para gestionar el comportamiento, pero es fundamental priorizar métodos que apoyen el desarrollo del alumnado. Las técnicas disciplinarias negativas, como el castigo físico, las críticas duras o las amenazas, no deben utilizarse nunca, ya que pueden aumentar la agresividad, reducir la autoestima y afectar negativamente al bienestar emocional. Por el contrario, las técnicas de disciplina positiva son mucho más eficaces para fomentar una buena conducta. Establecer expectativas claras, reforzar las acciones positivas y aplicar consecuencias justas favorece el desarrollo de la autorregulación y el respeto por los demás. Un enfoque de apoyo no solo mejora el comportamiento, sino que también genera un entorno de aprendizaje seguro y motivador, ayudando al alumnado a crecer tanto académica como emocionalmente.

Consejos para gestionar conductas disruptivas

  • La estrategia más eficaz es centrarse en la prevención, estableciendo una rutina estructurada en el aula que reduzca las oportunidades para conductas inapropiadas.

  • Es esencial establecer límites claros, razonables y coherentes, ya que las normas cambiantes o impredecibles pueden causar confusión y frustración.

  • En algunos casos, ignorar conductas inapropiadas menores puede ser eficaz, siempre que no impliquen daño para el menor, para otros o para la propiedad. Es importante tener en cuenta que ignorarlas al principio puede hacer que aumenten mientras el niño busca atención, antes de que disminuyan.

  • Siempre que sea posible, redirigir o distraer al alumno puede ser útil. Por ejemplo, si empieza a alterar la clase, se le puede implicar haciéndole una pregunta, pidiéndole que lea en voz alta o involucrando a otro compañero.

  • Permitir que los niños experimenten las consecuencias naturales de sus actos, siempre que sea seguro, puede enseñarles lecciones valiosas. Por ejemplo, si un niño es desagradable con un compañero que luego lo evita, se puede hablar sobre lo ocurrido en lugar de forzar la interacción.

  • Guiar al alumnado en el desarrollo de habilidades de toma de decisiones mediante la oferta de elecciones simples y la discusión sobre cómo sus decisiones afectan a sí mismos y a los demás.

  • Cuando se produzcan conductas disruptivas, enseñar respuestas alternativas como realizar tareas productivas, tomar pausas cortas en el aula o colaborar en otras actividades. Si se alteran mucho, ofrecerles tiempo y espacio para calmarse antes de reintegrarse.

  • Trabajar en colaboración con el alumnado para establecer procedimientos detallados de espera, como contar hasta diez y luego levantar la mano manteniendo contacto visual con el docente.

  • Centrarse en enseñar y reforzar conductas constructivas como compartir, negociar y cooperar con los compañeros.

  • Para facilitar las transiciones entre actividades, implementar un sistema de cuenta atrás, anunciando el tiempo restante en intervalos regulares, como cada minuto durante los últimos cinco.

  • Hacer un esfuerzo consciente por elogiar comportamientos específicos durante el día, reconociendo logros y actitudes positivas. Prestar especial atención a cuando el alumnado regula con éxito sus emociones tras una alteración, asegurándose de reforzar esas conductas.

  • Ante la resistencia a seguir instrucciones, replantear la situación en torno a la elección y las consecuencias. Por ejemplo, explicar que no hacer la tarea ahora implicará llevar trabajo extra a casa o quedarse después de clase.

  • Establecer límites claros sobre conductas agresivas desde el inicio del curso escolar, cuando el alumnado está más receptivo. Indicar expectativas explícitas sobre el espacio personal, la etiqueta comunicativa, los límites físicos y el respeto mutuo, con ejemplos concretos.

  • Enseñar al alumnado a gestionar la ira, ayudándoles a entender cómo se desarrolla y qué desencadena sus respuestas emocionales. Guiarles para expresar sus emociones con palabras en lugar de acciones agresivas.

  • Cuando el alumnado muestre frustración u oposición, empezar validando su estado emocional —por ejemplo, reconociendo su decepción al equivocarse pese a seguir los pasos— y ofrecer alternativas constructivas como volver a intentarlo o revisar juntos el ejercicio.

  • Implementar pausas (time-outs) como estrategia, retirando temporalmente al alumno de la situación conflictiva, en tiempos que correspondan a su edad en minutos.

  • Reconocer y reforzar el comportamiento positivo comunicándolo a las familias mediante notas alentadoras. Cuando se deba corregir, mantener la calma, sin mostrar enfado o agresividad.

  • Fomentar el sentido de comunidad y la responsabilidad colectiva utilizando un lenguaje inclusivo —por ejemplo, usando expresiones como “necesitamos” o “podemos”—, lo que ayuda a que el alumnado se sienta parte de un grupo.

Cuándo derivar a un especialista

  • Cuando las conductas o síntomas empeoran en lugar de mejorar.

  • Cuando afectan negativamente al funcionamiento del menor en casa o en el colegio.

  • Cuando los síntomas son graves o angustiosos.

  • Cuando hay riesgo o peligro para sí mismo o para otros.

  • Cuando las intervenciones en el aula no son suficientes.

En caso de duda, solicita una evaluación profesional.

Terapia cognitivo-conductual (TCC)

Cuando un adolescente acude a terapia psicológica, es común que el profesional utilice la Terapia Cognitivo-Conductual (TCC). Este enfoque, basado en la evidencia, cuenta con el mayor respaldo científico para tratar una amplia variedad de dificultades psicológicas, incluyendo la ansiedad, la depresión, el trastorno obsesivo-compulsivo y los problemas de conducta.

La TCC combina estrategias de los modelos cognitivo y conductual. El modelo cognitivo se centra en cómo las personas procesan e interpretan la información de su entorno. Ayuda a los adolescentes a identificar y cuestionar pensamientos desadaptativos o irracionales que contribuyen al malestar emocional. Al aprender a reformular estos pensamientos, pueden desarrollar perspectivas más saludables y mejorar su bienestar emocional.

El modelo conductual, por su parte, enfatiza la modificación de patrones de conducta mediante técnicas estructuradas como la exposición gradual, el refuerzo positivo y la activación conductual. Estas técnicas ayudan a los adolescentes a reemplazar hábitos poco útiles por mecanismos de afrontamiento más adaptativos.

Al integrar estrategias cognitivas y conductuales, la TCC ofrece herramientas prácticas para gestionar emociones, desarrollar habilidades de resolución de problemas y fortalecer la resiliencia. La investigación demuestra de forma consistente que este enfoque es altamente eficaz para tratar diversos trastornos, por lo que es una de las terapias más recomendadas para jóvenes con dificultades emocionales o de comportamiento.

En algunos casos, el psicólogo puede recomendar la participación de un psiquiatra, médico especializado en salud mental. Los psiquiatras son los únicos profesionales que pueden prescribir medicación, la cual debe estar siempre acompañada de tratamiento psicológico. Una comunicación efectiva entre psicólogo y psiquiatra garantiza una atención integral y coordinada, adaptada a las necesidades del adolescente.

Al buscar ayuda, puede encontrarse con personas que promuevan métodos sin base científica, basados en pseudoterapias o creencias místicas. Es fundamental verificar las credenciales del profesional, incluyendo su titulación académica y número de colegiación, para asegurarse de que está debidamente formado y regulado. Además, el estilo y la personalidad del terapeuta influyen en la relación terapéutica. Si el adolescente no se siente cómodo con un profesional, no hay que desanimarse: encontrar al terapeuta adecuado es clave para que el tratamiento sea eficaz.

Crear un entorno de apoyo

La prevención primaria en el contexto escolar se centra en el entorno cotidiano que moldea las experiencias y el bienestar del alumnado. Esto incluye el papel del personal educativo, la estructura física y organizativa del centro, los horarios diarios y las actividades que se desarrollan dentro de la institución. Todos estos factores desempeñan un papel crucial en la creación de una atmósfera de apoyo que contribuya a la salud mental de los adolescentes.

Al construir un entorno que priorice la inclusión, el bienestar emocional y las interacciones positivas, las escuelas pueden ayudar a prevenir los problemas de salud mental antes de que surjan. A continuación, exploramos recomendaciones clave que los centros educativos pueden aplicar para cultivar un espacio acogedor y psicológicamente seguro para el alumnado, asegurando que el entorno escolar en sí mismo se convierta en un factor protector en su desarrollo.

Habilidades de un buen docente

  • Comprende las distintas etapas del desarrollo adolescente y asigna tareas adecuadas a la edad.

  • Es empático: reconoce las emociones y las refleja al alumnado.

  • Está atento tanto a la comunicación verbal como no verbal del alumnado.

  • Se comunica de forma efectiva y clara.

  • Establece expectativas claras sobre el comportamiento y límites que benefician al alumnado y le ofrecen una estructura útil.

  • Organiza el entorno físico y relacional del aula para optimizar la enseñanza y minimizar el comportamiento disruptivo.

Cuidar a todos

Crear un entorno inclusivo y de cuidado requiere acciones intencionadas que hagan sentir valorado al alumnado. Reconocer y celebrar los talentos únicos de cada estudiante fomenta la autoestima y el sentido de pertenencia. Es igualmente importante garantizar la equidad y la inclusión, donde ningún alumno sufra discriminación y todos reciban respeto y apoyo. Se debe cultivar una cultura de comprensión en la que los estudiantes con dificultades sean vistos como personas que necesitan ayuda, y no como una carga. Además, es esencial establecer mecanismos claros para gestionar quejas, proporcionando al alumnado un proceso confiable para expresar sus preocupaciones. Al reforzar estos principios, el profesorado puede fomentar un entorno seguro, de apoyo, donde todos los estudiantes se sientan empoderados, respetados y protegidos en su comunidad.

Valorar la diversidad

Fomentar que el alumnado aprecie la diversidad —ya sea en etnia, religión o situación de discapacidad— enriquece la educación al promover la comprensión y el respeto mutuo. El profesorado desempeña un papel crucial en moldear actitudes positivas hacia los compañeros con necesidades especiales, ayudando al resto del alumnado a entender cómo apoyar e interactuar con quienes pueden parecer diferentes. Por ejemplo, cuando un alumno ayuda a un compañero en silla de ruedas, promueve la empatía y la inclusión.

Algunas estrategias prácticas para fomentar la diversidad incluyen implementar un sistema de “parejas” o “compañeros”, que facilite amistades y redes de apoyo. Integrar a los alumnos con necesidades educativas especiales en aulas ordinarias beneficia a todos al mejorar las habilidades sociales y la empatía. Además, animar al alumnado a mostrar orgullo por su cultura, sus orígenes y su herencia durante actividades escolares contribuye a crear un entorno inclusivo en el que la diversidad se celebre.

Fomentar la autoestima

Las escuelas desempeñan un papel fundamental en la autoestima del alumnado, y el personal educativo influye profundamente en cómo se ven a sí mismos y en cómo se proyectan hacia el futuro. Estar en situaciones donde experimentan fracaso de manera constante suele tener un efecto negativo sobre su autoestima. Por el contrario, los logros escolares, corregir errores, y la confianza que el personal deposita en ellos —incluso mediante tareas sencillas— contribuyen a construir una autoestima sólida.

Cuando los estudiantes perciben que el personal docente comprende sus emociones o las razones que les llevaron a actuar de cierto modo, desarrollan una mayor autoestima. Por ejemplo: “Sí, entiendo que en ese momento te pareciera lógico gritarle a esa persona, fue una situación muy tensa. ¿Cómo crees que resultó al final?”

Para estudiantes mayores:

  • Asignar responsabilidades y roles de liderazgo, como organizar excursiones o turnos de tareas en el aula.

  • Priorizar los elogios sobre los reproches, con una proporción ideal de cinco comentarios positivos por cada negativo.

  • Fomentar la cooperación en lugar de la competencia, reconociendo el trabajo en equipo y el apoyo entre iguales.

  • Permitir que los mayores tutelen a los más pequeños, ayudándoles en lectura o interacciones sociales.

Para estudiantes más pequeños:

  • Crear actividades que les permitan mostrar sus habilidades y aumentar su confianza.

  • Elaborar un libro “Soy especial” o “Cosas que se me dan bien” para compartir en grupo.

  • Realizar la actividad de “Mi mano”, en la que trazan su mano y escriben una cualidad positiva en cada dedo.

  • Utilizar marionetas o dramatizaciones guiadas para aprender a gestionar emociones como la tristeza, la ira o la preocupación.

  • Hacer pulseras de cuentas donde cada cuenta represente algo que les guste de sí mismos y luego comentar su significado con el grupo.

Construir relaciones

Las buenas relaciones entre docentes y alumnado, así como entre los propios estudiantes, son clave para el desarrollo emocional, fomentando la confianza y la responsabilidad. Las relaciones sólidas se asocian con mejores resultados cognitivos y emocionales, mientras que las relaciones conflictivas pueden derivar en depresión y absentismo, tanto en estudiantes como en docentes. Identificar las fortalezas de cada estudiante les hace sentirse valorados. El profesorado actúa como modelo de relaciones positivas, y cuando estas se basan en la colaboración, el alumnado tiende a reproducir comportamientos similares.

La implicación de las familias también es un factor clave en el éxito académico, la asistencia regular y un clima escolar positivo. La comunicación efectiva con las familias, basada en el respeto, ayuda a establecer coherencia entre escuela y hogar, reforzando las habilidades aprendidas en ambos contextos.

Garantizar la seguridad

Es esencial que el alumnado se sienta seguro física y emocionalmente en la escuela, especialmente aquellos con discapacidad. La conducta agresiva, aunque no se dirija directamente a estudiantes vulnerables, puede llevarlos al retraimiento.

Para garantizar la seguridad, los centros escolares deben contar con una política específica contra el acoso y las conductas disruptivas, incluyendo el ciberacoso. Enseñar al alumnado cómo responder ante el acoso, ya sea como víctima o testigo, es clave, empleando estrategias apropiadas para su etapa evolutiva. Por ejemplo, los más pequeños pueden acudir a un adulto, mientras que los mayores pueden necesitar apoyo para enfrentarse a la situación sin miedo al rechazo social, aprendiendo a ignorar, alejarse o pedir ayuda.

Cualquier comportamiento amenazante debe abordarse de inmediato. El profesorado debe ser accesible, con pautas claras sobre cómo escuchar, recopilar información y actuar rápidamente para resolver la situación.

Fomentar la participación

Los centros educativos más eficaces promueven un ambiente positivo basado en la comunidad y los valores compartidos. La participación estudiantil aumenta cuando los responsables escolares consultan activamente al alumnado y a sus familias sobre asuntos del centro. Los estudiantes tienden a respetar más las normas que han contribuido a crear.

Para mejorar la participación:

  • Involucrar al alumnado en la toma de decisiones escolares mediante consejos estudiantiles o votaciones sobre normas.

  • Fomentar la implicación familiar compartiendo no solo los desafíos, sino también los logros de los estudiantes.

  • Exponer el trabajo del alumnado en diferentes espacios del centro y destacar sus aportaciones, como la mejora del entorno o la organización de actividades.

Fomentar la autonomía

Un objetivo clave de las escuelas es empoderar al alumnado para que sea independiente. El aprendizaje se vuelve más significativo cuando se les anima a pensar por sí mismos, lo que favorece el desarrollo del pensamiento crítico. El factor más influyente en el rendimiento académico es la capacidad del propio estudiante para supervisar y valorar su aprendizaje, determinando cómo mejorar y aplicar sus conocimientos. En este proceso, la retroalimentación constructiva del profesorado desempeña un papel fundamental, ayudándoles a adquirir la autonomía y responsabilidad necesarias para asumir el control de su propio aprendizaje.

Para fomentar la autonomía:

Asignar responsabilidades adecuadas a su edad, tanto en el aula como en el centro.

Proporcionar oportunidades estructuradas para que expresen opiniones y ofrezcan retroalimentación.

Identificación e intervención tempranas

Detectar e intervenir a tiempo puede prevenir problemas de salud mental más graves. El profesorado debe equilibrar el riesgo de etiquetar prematuramente con los beneficios de una intervención temprana. Su papel no es diagnosticar, sino reconocer dificultades, proporcionar apoyo en el entorno escolar y derivar a especialistas si la situación no mejora con las intervenciones iniciales. Los centros escolares deben tener políticas claras para la identificación e intervención tempranas, asegurando un sistema de apoyo estructurado. Definir a quién debe dirigirse el profesorado —como la dirección o el equipo de orientación— agiliza el proceso. Además, los equipos multidisciplinares que se reúnan regularmente para analizar casos pueden mejorar los esfuerzos de intervención.

Apoyo y formación para el personal

Trabajar con alumnado que presenta problemas de salud mental puede resultar desafiante y estresante. La carga laboral y las conductas del alumnado son factores clave que predicen síntomas depresivos en el profesorado, y los docentes saturados tienen más dificultades para apoyar eficazmente a su alumnado.

Para prevenir el agotamiento emocional, los centros deben promover espacios para hablar abiertamente sobre las dificultades en el aula y establecer grupos de apoyo docente con supervisión entre iguales o profesional. Formar al profesorado en técnicas de gestión del comportamiento les capacita para afrontar situaciones difíciles. Los centros deben fomentar un ambiente positivo que apoye el desarrollo profesional y personal del profesorado, ayudándoles a reconectar con su vocación docente.

Además, los docentes deben tener presente que muchas conductas conflictivas del alumnado pueden enmascarar problemas más profundos, como violencia doméstica o conflictos familiares. Por ello, la empatía y la comprensión deben estar siempre presentes en su enfoque.